LA HISTORIA: ESE PERFUME INELUDIBLE QUE LLEVAMOS TODOS

Conocer la historia no es un ejercicio nostálgico ni una afición de eruditos con vocación de polvo. Es, sencillamente, una forma de higiene mental y estética. La historia está ahí, como el Chanel n.º 5 en el cuello de Marilyn: invisible, persistente, seductora y, sobre todo, inevitable. Intentar ignorarla es como pretender salir sin ropa y creer que nadie se dará cuenta. La historia, para bien o para mal, nos viste.

Y como sucede con la buena perfumería, no basta con oler la historia de pasada: hay que aprender a identificar sus notas de fondo, medias y altas. Hay que saber que Anaïs Nin no escribió solo para escandalizar, sino para revelar la textura de los deseos humanos. Que Agripina Minor no fue sólo una madre manipuladora y peligrosa, sino una mujer que comprendió, antes que nadie, que el poder en Roma olía a sangre, a incienso… y a ambición. O que en el frasco del Chanel n.º 5, además de aldehíos y jazmín, hay una historia de espionaje, guerra y marketing que cambiaría para siempre la manera de concebir la feminidad en el siglo XX.

Estudiar la historia implica situar a sus protagonistas en su contexto, comprender sus actos con los instrumentos de su tiempo, no con la lupa moral de Instagram. Juzgar a personajes históricos con criterios actuales es tan absurdo como exigir a un gladiador romano que respete los derechos del consumidor. Agripina Minor, por ejemplo, no se crió con terapia de grupo, ni ley de igualdad, pero sobrevivió a emperadores, envenenamientos y matrimonios incestuosos con una entereza que ya quisieran muchos directores ejecutivos del siglo XXI.

La historia es también un gran laboratorio de la condición humana. Ahí está Anaïs Nin, armada con un diario y una voz interior que desafiaba a Freud y a los hombres que la amaban. Y ahí está Chanel n.º 5, infiltrado en la piel de las mujeres libres, trágicas, sofisticadas y contradictorias que reinventaron la modernidad con cada gota. No hay personaje ni perfume sin contexto. Sin historia.

Decía Santayana que “quienes no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”. Y en un mundo donde se confunde Cleopatra con una marca de rímel y se cree que Churchill era un bulldog de caricatura, no viene mal recordarlo. No para moralizar, sino para entender.

La historia es cultura, y como toda alta cultura, no busca entretener, sino iluminar. Y a veces, claro, también hacer sonreír con cierta elegancia decadente. Porque, al final, lo que nos salva no es solo saber de dónde venimos, sino saber reírnos, con ternura y escepticismo, de todo lo que hemos sido.

Y es que, en palabras de Nin, “…la vida no se mide por el número de veces que respiramos, sino por los momentos que nos dejan sin aliento…”. Y pocos momentos quitan tanto el aliento como los que la historia, siempre generosa, nos regala si sabemos mirar.

A fin de cuentas, como ocurre con el buen perfume, no se trata de que todos lo noten, sino de que nunca se olvide.

José Mª Pardeiro

San Salvador , Semana Santa de 2025

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